domingo, 28 de febrero de 2016

1982- E.T, EL EXTRATERRESTRE – Steven Spielberg (1)


A comienzos de los ochenta, Steven Spielberg se había convertido en uno de los grandes talentos del cine mundial. Tras el impresionante debut de “El Diablo sobre Ruedas” (1971) llegó “Tiburón” (1975), con la que alcanzó el éxito universal; éxito que refrendó sonoramente con “Encuentros en la Tercera Fase” (1977) y “En Busca del Arca Perdida” (1981), sufriendo sólo un patinazo menor con su fallida comedia “1941” (1979).

Uno de los problemas que siempre había tenido Spielberg era su propensión a excederse del presupuesto asignado. Aunque parecía que nada que llevara su nombre podía fallar, esto no era sino una ilusión, tal y como se demostró en su arriba mencionada “1941” (1979), en la que el sobrecoste en el que incurrió acabó lastrando todavía más un resultado comercial no desastroso pero sí muy por debajo de lo que se esperaba tratándose de Spielberg. Tratando de moderar esa mala costumbre, el director anunció tras “En Busca del Arca Perdida” que su siguiente proyecto sería algo de pequeñas dimensiones. Irónicamente, esa modesta película, titulada “E.T. El Extraterrestre”, se convirtió no sólo en la más taquillera de 1982, sino de la historia del cine, desbancando a “Star Wars” (1977) y ostentando dicha posición durante una década y media hasta que el reestreno del film de Lucas le arrebató el título. Pero, además, “E.T.” ayudó a cimentar en la mente de críticos y espectadores una equivalencia entre el cine de Spielberg, el concepto de inocencia infantil y cierto nivel de sentimentalismo.



Un grupo de pequeños alienígenas se hallan recogiendo especímenes vegetales por la noche, en las cercanías de un suburbio de Los Ángeles, cuando la aparición de unos agentes del gobierno les obliga a marcharse apresuradamente dejando atrás a uno de los suyos. El extraterrestre, “E.T.”, se hace amigo de Elliott (Henry Thomas), un muchacho solitario que le lleva a su casa y lo esconde de su madre Mary (Dee Wallace) y sus dos hermanos, Michael (Robert MacNaughton) y la pequeña Gertie (Drew Barrymore). Elliott intenta ayudar a su recién hallado amigo a fabricar un artefacto que le permita comunicarse con los suyos y regresar a casa. La relación entre ambos se consolida rápidamente, formando sus mentes un lazo empático. Los hermanos de Elliott se enteran del secreto y acceden a participar en el plan. Mientras tanto, un grupo de siniestros funcionarios gubernamentales dirigidos por un agente sin nombre conocido como “Llaves” (por el distintivo llavero que porta) interpretado por Peter Coyote, siguen la pista del alienígena. Cuando la atmósfera de la Tierra empieza a afectar negativamente a E.T., que cae gravemente enfermo, los acontecimientos se precipitan…

“E.T. El Extraterrestre” es una película que encuentro difícil de comentar de una forma objetiva, porque la aceptación y disfrute de la misma depende mucho de los gustos y sensibilidades de cada cual. Hay gente que no la soporta, criticándola por su excesivo sentimentalismo, su mensaje buenista y el protagonismo de unos niños irritantes acompañados de un alien bondadoso. A otros
les encanta precisamente por esas mismas razones. Y ambas posturas, dado que son subjetivas, son perfectamente aceptables.

Aunque decir que “E.T.” es una película simplona suponga ignorar la maestría cinematográfica que la hace funcionar, lo cierto es que su argumento y tono apelan a las emociones más básicas; no se trata de un film que pretenda transmitir un mensaje intelectual ni profundo.

El guión escrito por Melissa Mathison a partir de una historia de Spielberg (a su vez, refrito de una posible secuela para “Encuentros en la Tercera Fase” y el borrador para una película sobre la vida infantil en los suburbios) es engañosamente sencillo: niño encuentra alien perdido, niño pierde alien, niño recupera alien y lo lleva a la nave nodriza; pero en realidad tiene un amplio
recorrido. Cuenta una historia sobre relaciones: entre E.T., Elliot y su familia ligeramente disfuncional de barrio de clase media. Pero versa también sobre la brecha existente entre el mundo de los adultos y el de los niños, lo cual se muestra de forma implícita -no es una coincidencia el que ET tenga la estatura de niño, o que la mayor parte del film esté rodada desde planos bajos, la perspectiva infantil- y, más explícitamente en la diferencia entre la forma que Elliot tiene de atraer a ET -con pastillitas de chocolate en el seno de su hogar- y la de los adultos –que se desenvuelven en un laboratorio frío y esterilizado de aspecto estremecedor-.

Aborda también, de una forma muy básica, el mundo de las emociones, el gran secreto de esta
película y lo que la separó de prácticamente cualquier otro film de CF hecho antes. Los films del género se habían especializado en asombrar a su público, sorprenderlo con efectos especiales, tal y como habían hecho “2001:Una Odisea del Espacio”, “Encuentros en la Tercera Fase” o “Star Wars”. Pero ninguna otra película de CF había sabido expresar de forma tan eficaz y poderosa las emociones como “E.T.”: el amor, la camaradería, el deseo de proteger a aquellos que te importan y el dolor de tener que dejar marchar a alguien que forma parte de ti. El público en las salas de cine lloraba de forma irrefrenable sobre sus palomitas, no sólo gracias a la excelente dirección de Spielberg y el guión de Melissa Matheson, sino porque se identificaban totalmente con el contenido emocional.

La película expresa un reconfortante mensaje que en su momento caló en adultos y niños por
igual, un mensaje que se remonta en la ficción al menos hasta la épica mesopotámica de Gilgamesh: que el amor es una emoción que trasciende la propia humanidad y que existen pautas universales que unen a todos los seres vivientes. Y aunque el guión está escrito para complacer especialmente a los niños, no evita tocar algunos temas adultos como la vigilancia gubernamental, el divorcio y los hogares rotos o el temor a la muerte. De hecho, los momentos en los que Elliott contempla impotente la enfermedad y muerte de su peculiar amigo son tan duras como las que poco después pudieron verse, por ejemplo, en “La Fuerza del Cariño” (1983), cuando una madre ha de asimilar la enfermedad terminal de su hija.

Steven Spielberg es un realizador que compone y monta sus films de la misma forma que los antiguos artesanos construían los retablos. Como en éstos, incluye en sus historias un fuerte componente emocional. Hay pocos directores capaces de lograr que sus historias contengan tantas
imágenes aparentemente sencillas pero muy emotivas. Es un realizador tremendamente visual que imprime a sus escenas una calidad que los clásicos films “para llorar” no tenían. Hay momentos en “E.T.” que parecen escritos con un lenguaje profundamente emocional que trasciende la imagen y las palabras, como cuando E.T. rodea con sus brazos a Elliott, cierra sus ojos y simplemente deja descansar su cabeza sobre él; la súplica silenciosa de ayuda que el enfermo E.T. dirige a Mary en el momento en que ésta entra en el baño y lo ve por primera vez; E.T. volando con los niños en sus bicicletas con una gran luna llena de fondo; la despedida de Elliott y E.T. o esa nave espacial que se asemeja a un árbol de Navidad iluminado. Son momentos de auténtica magia que han quedado en el imaginario de la historia del cine.

El principal defecto de Spielberg como realizador es su falta de destreza en el campo del humor.
Cuando se ve obligado a apoyarse en él, como sucedió en “1941” o “Hook” (y, en menor medida, las secuelas de Indiana Jones”), el entusiasmo y diversión infantiles que impregnan sus historias se disuelven en un poco sutil y ruidoso caos. En “E.T.” hay momentos en los que no sabe dónde detener una escena, como esa en la que el alienígena se emborracha y empáticamente afecta a Elliott, impulsándolo a agarrar a una compañera y besarla en clase de la misma forma que sucede en la película que el alien está viendo en ese momento en la televisión.

En referencia a esto último, resulta chocante la inclusión de escenas románticas de “El Hombre Tranquilo” (1952), de John Ford, como parte de los programas que un asombrado E.T. ve en la
televisión. En diversas declaraciones Spielberg –como muchos directores contemporáneos- se ha declarado muy influenciado por Ford. Pero lo que hace interesante la selección de esa escena en particular es que la película de Ford, como “E.T.”, también se ha convertido en un film inmensamente popular, una historia que equilibra el sentimentalismo más flagrante con los sufrimientos y desafíos inherentes al mundo adulto. Aún más, ambas historias giran alrededor del tema del amor, un amor que surge bien entre individuos de diferentes países y culturas –“El Hombre Tranquilo”- o diferentes planetas –“E.T.”-.

“E.T. El Extraterrestre” fue acogida con entusiasmo por muchos americanos del Medio Oeste,
reducto del cristianismo más reaccionario, gracias a lo que ellos interpretaban como alegorías religiosas: E.T. llega a la Tierra, hace milagros, intenta transmitir un mensaje positivo, afecta a la vida de los que le rodean y, sobre todo, muere, resucita y asciende a los cielos; hay una madre llamada Mary; los niños, símbolo de la inocencia, “llegan al cielo”… Spielberg ha negado cualquier intencionalidad en este sentido, refiriéndose a ello como simples coincidencias (después de todo, él pertenece a una familia judía).

“E.T.” es menos una fábula de corte religioso que un cuento sobre cómo un niño solitario consigue sanar sus heridas emocionales. Para Spielberg, la mayor felicidad reside en vivir rodeado de una familia feliz. De hecho, la peripecia de un niño perdido que trata de regresar al hogar o la reconstrucción de la armonía familiar son temas constantes en la filmografía de Spielberg que quedan bien ejemplificadas en películas como “Loca Evasión” (1974), “El Imperio del Sol” (1987), “Hook” (1991), “I.A. Inteligencia Artificial”(2001) o “La Guerra de los Mundos” (2005) y, de forma más marginal, en “Parque Jurásico” (1993) o “El Mundo Perdido” (1997).

Pero en ninguna de ellas resulta más evidente esa obsesión que en “E.T.”, cuya historia, según afirmó el mismo Spielberg, era la de su propia infancia. Justo después de una conversación sobre
su padre ausente, Elliott encuentra a E.T. en el patio trasero. Al principio, el alienígena imita a Elliott, pero pronto es él quien se convierte en una suerte de referencia paterna para el niño. Los agentes del gobierno, en cambio, representan la vertiente más amenazadora de la figura paterna, convirtiendo el hogar familiar en un entorno esterilizado y tecnológico y a la ciencia en una amenaza más que en fuente de maravillas. Sin embargo, cuando por fin su jefe, “Llaves”, habla y revela su propio asombro infantil ante la presencia de un alienígena, se apunta a que, después de todo, también podría haber algo de padre comprensivo en él.

“E.T.” encabezó una ola de películas que en los ochenta remodelaron la ciencia ficción y la fantasía para una nueva generación de jóvenes espectadores. Eran películas salpicadas de referencias a la cultura popular y cuya acción transcurría o arrancaba en los suburbios residenciales de las grandes ciudades, barrios de casas unifamiliares en los que vivía una idealizada clase media –un entorno, por cierto, que también utilizaban muchas sitcom de entonces y de hoy-. Proponían fantasías puras y sencillas sobre una galaxia infinita que se extendía más allá de nuestro planeta, pero cuyos temas conectaban con los sueños y angustias de esos acomodados adolescentes.

Los directores de género fantástico nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo y que empezaron a rodar películas en los ochenta, eran jóvenes nacidos ya en la cultura pop que soñaban con escapar más allá del universo suburbano, sueños que se alimentaron con las películas de ciencia ficción de su infancia. Para George Lucas, habían sido las aventuras
espaciales en forma de seriales protagonizados por Buck Rogers y Flash Gordon; para Joe Dante, una lista interminable de reposiciones de cintas de serie B; para Spielberg, los sueños de una familia unida y feliz y las películas de Disney… Así, y siguiendo la tendencia de los ochenta, la cultura pop tiene presencia en muchos momentos de “E.T.”, mostrando juguetes de “Star Wars”, reposiciones televisivas de “Regreso a la Tierra” (1955) y la mencionada “El Hombre Tranquilo” (1952), comics de Buck Rogers, juegos de rol… los niños incluso se encuentran con un Yoda en la fiesta de Halloween.

Cambiando de tema, años atrás “Encuentros en la Tercera Fase” había suscitado no pocas críticas negativas por parte de un sector de los aficionados a la ciencia ficción. Argumentaban que, aunque efectivamente conseguía utilizar una sobresaliente pericia técnica para despertar ese sentido de lo maravilloso tan inherente al género, lo hacía a través de imágenes y discursos propios de la ufología, un anatema para los partidarios de la ciencia ficción “dura”. Estos mismos aficionados volvieron a levantar sus voces airadas cuando se estrenó “E.T”.

Y es que puede ser frustrante para el aficionado más purista intentar ver “E.T.” como una película
de ciencia ficción. A pesar de sus obvios elementos adscritos al género (extraterrestres, naves espaciales, una misteriosa y siniestra agencia gubernamental, científicos…), la historia tiene más que ver con la fantasía inspiradora de buenos sentimientos que con la ciencia ficción. Además, el argumento es tremendamente manipulador ya que utiliza las ideas sólo en términos de su resultado más que por su solidez lógica. El mundo de Spielberg no está tan alejado del de Disney en el sentido de que ninguno de sus personajes debe morir si su naturaleza es bondadosa. La principal trampa del argumento consiste en manipular al espectador para que llore irrefrenablemente cuando E.T muere…para luego resucitarlo sin mediar explicación.

Lo mismo ocurre con los científicos. Spielberg utiliza todos los trucos posibles para presentarlos
como individuos siniestros y peligrosos: primeros planos de las manos del líder jugueteando con sus llaves, contraluces que sólo permiten distinguir sombras en movimiento, intrusos en el hogar familiar vestidos con terroríficos trajes para la guerra bacteriológica… incluso el profesor de ciencias se presenta bajo la misma luz misteriosa y amenazadora cuando va entregando a sus alumnos bolitas de algodón con cloroformo para que viviseccionen las ranas. Y entonces, cuando conviene a la historia, Spielberg los transforma a todos en buena gente que, en el fondo, también se preocupa por el pequeño extraterrestre. “Llaves” resulta ser un chico grande que confiesa que ha estado soñando con encontrar alienígenas desde que era un niño y que envidia a Elliott por la amistad que ha forjado con él.



(Finaliza en la próxima entrada)

1 comentario:

  1. Me acuerdo de haberla visto muy pequeño, pero en pantalla pequeña, gracias a las funciones de cine que se hacían en los colegios en los ochenta y los noventa; fue en Betamax (¡Qué antiguo!) y estaba en inglés subtitulada, razón por la cual me costaba seguir la lectura de los diálogos. Lamentablemente fue la única manera de acercarme a ella a esa temprana edad, pues mis papás no eran de ir al cine (en mi niñez solo 4 veces asistí a dichas salas). Luego ya bien grandecito, tuve el gusto de ir al reestreno, remasterizada y con escenas agregadas. La verdad es que me gusta mucho este filme, aunque para serte sincero no está dentro de mis favoritos.

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