lunes, 12 de noviembre de 2012

1931- EL HORROR DE ARRHENIUS - P.Schuyler Miller





Fue la década de los años treinta un periodo de efervescencia creativa en el ámbito de las revistas pulp norteamericanas, un momento en el que germinaron muchas de las ideas, argumentos y temas que casi inmediatamente pasaron a formar parte del corazón de la ciencia ficción. Una de ellas fue la panspermia.

La panspermia es una hipótesis que postula que la vida podría haberse diseminado por el universo a través de semillas o esporas que, llegadas a los planetas, darían comienzo a un proceso evolutivo. La idea no era nueva en los años treinta, todo lo contrario. Ya el filósofo griego Anaxágoras, en el siglo V antes de nuestra era, apuntó a tal posibilidad. Pero no sería hasta mediados del siglo XIX que científicos como Hermann von Helmholtz y Svante Arrhenius tomaron en serio el posible origen extraterrestre de la vida.

Fue éste último quien, el mismo año en que recibió el premio Nobel de Química, 1903, escribió un artículo, "La propagación de la Vida en el Espacio", seguido en 1907 por otro publicado en la revista "Scientific American", "Panspermia: la transmisión de la Vida de estrella a estrella" en los que proponía que toda la vida del universo bien podría tener un origen común y único, siendo los cuerpos celestes "colonizados" por esporas capaces de salvar las distancias interestelares.

Hoy por hoy es una teoría indemostrable, que tanto podría ser cierta como errónea. Pero de lo que no hay duda es de que es atractiva desde el punto de vista literario, hecho que han reconocido los escritores de ciencia ficción al incorporarla a sus visiones más diversas, desde la space opera (La saga de "Lensman" de E.E.Smith, "Star Trek: The Nex Generation"...) hasta la ciencia ficción "dura" ("La nube negra", de Fred Hoyle, “La Amenaza de Andrómeda”, de Michael Crichton) pasando por la sencillamente inclasificable ("Invernáculo", de Brian Aldiss). Al fin y al cabo, real o no, la panspermia resultaba una explicación racional y conveniente en aquellas historias en las que los humanos encontraban seres extraterrestres muy similares fisiológica y morfológicamente a ellos mismos.

De hecho, desde la promulgación "oficial" de la teoría por Arrhenius, no pasó mucho tiempo antes de que los escritores comenzaran a imaginar escenarios en los que la panspermia formaba el núcleo de la historia. "El polvo cósmico" (1921), de Edward Heron-Allen y "El Sátiro" (1924), de Eric North fueron ejemplos tempranos, seguidos por este relato de P.Schuyler Miller, en el que la Tierra quedaba infestada por un aluvión de esporas procedentes del espacio exterior, idea sobre la que volvería años después en otro cuento, "Peón" (1939)

Miller fue un escritor muy popular en la década de los treinta aunque hoy haya sido virtualmente olvidado. Tan sólo escribió una novela ("Genus Homo", 1941, en colaboración con L.Sprague de Camp), pero firmó más de cincuenta relatos para las revistas pulp y desde 1945 y durante veinticinco años se responsabilizó de una columna mensual de crítica literaria en "Astounding Science Fiction". De hecho, llegó a ser uno de los comentaristas más veteranos de la industria, acumulando una de las colecciones privadas más importantes del mundo y recibiendo un premio Hugo en 1963 por su labor como crítico.

Sin embargo, Miller comenzó su carrera como escritor de ficción. Los editores de revistas pulp necesitaban con urgencia y de forma ininterrumpida nuevos relatos con los que llenar sus páginas y saciar a sus lectores, lo que abrió las puertas a toda una generación de escritores noveles en edad casi adolescente. Miller fue uno de ellos: contaba tan sólo dieciocho años cuando publicó su primer relato, "La Plaga Roja" en el número de julio de 1930 de "Wonder Stories".

De acuerdo a los estándares de hoy, la calidad de su producción (hoy tan sólo accesible a través de
una recopilación de sus cuentos publicada en 1952 y titulada "El Titán") puede ser calificada de irregular: prosa florida, personajes esquemáticos, recurso a clichés, narración previsible... pero he querido recuperar la figura de Miller por tratarse de un digno representante -al igual que John Taine- de una interesante casta luego convertida en tradición dentro del género: la del escritor de ficción con perfil técnico. Miller era químico, realizó investigación y durante buena parte de su vida se ganó la vida gracias a textos puramente técnicos. Pero al mismo tiempo, el entusiasmo que sentía por la ciencia ficción y su capacidad para fusionar ciencia, tecnología y fantasía jamás decayó, pasión que quedó reflejada tanto en sus propios relatos como en los comentarios sobre obras ajenas. Es una senda que luego han recorrido novelistas/científicos como Larry Niven, Jerry Pournelle, E.E.Smith, Isaac Asimov o Robert L.Forward por nombrar solo unos pocos.

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