miércoles, 30 de septiembre de 2009

1871-LA RAZA VENIDERA - Edward Bulwer-Lytton


Edward George Earle Lytton Bulwer fue un político de próspera carrera y escritor ecléctico que abarcó una amplia variedad de temas, con tanto éxito como habilidad a la hora de iniciar tendencias. Fue el caso de su obra más conocida,"Los últimos días de Pompeya", una novela que revolucionó el género histórico. Su pertenencia a logias masónicas y su interés en el esoterismo le llevó a escribir relatos sobrenaturales como "Una historia extraña” (1862), en la que racionalizaba el espiritualismo y la supervivencia del alma más allá de la muerte utilizando argumentos pseudo-científicos; o la ciencia ficción en "La Raza Venidera" ("The Coming Race", reeditado posteriormente como "Vril: The Power of the Coming Race").

Hasta el siglo XIX, la idea de la existencia de Mundos Perdidos era casi inaudita. Antes de 1800, el mundo no había sido completamente explorado y los escritores que deseaban situar a sus héroes en extrañas culturas simplemente los enviaban a regiones desconocidas del planeta, normalmente a zonas que aún no habían sido plenamente estudiadas y a islas imaginarias que nadie había cartografiado. A medida que iba transcurriendo el siglo XIX y los exploradores iban rellenando los espacios vacíos de los mapas, se hizo cada vez más difícil encontrar huecos donde alojar Mundos Perdidos. A partir de los años cuarenta del siglo XX, parecía que la Tierra ya no guardaba más rincones secretos y los escritores se vieron obligados a lanzar a sus héroes a otros planetas.

Los relatos de Mundos Perdidos con un componente más significativo de CF, como este de Lytton, evitaban la geografía siempre menguante de la superficie del planeta incluyendo mundos o sociedades ocultas en las profundidades de la Tierra. La narración nos presenta a un joven acomodado que en el curso de sus viajes se interna en una profunda mina, accediendo a un mundo subterráneo habitado por los Vril-ya, seres superiores al Homo sapiens, descendientes de una civilización antediluviana que viven en una inmensa red de cavernas. Dotados de cuerpos perfectos y mayores que los humanos, vegetarianos pacíficos y místicos, estas criaturas utilizan una energía no muy bien descrita pero enormemente poderosa llamada “vril”, algo a mitad de camino entre la electricidad y la fuerza espiritual. El "vril" es capaz de todo tipo de proezas, desde sanar hasta destruir, desde controlar el clima hasta influir en la mente y cuerpos de animales y vegetales, pudiendo ser manipulado por la mera fuerza de voluntad, incluso por niños. Era tan poderoso, que su descubrimiento acabó con las guerras, ya que su utilización como arma supondría la aniquilación completa de ambos bandos.

Los Vril-ya han dado forma a una sociedad en la que la fama y su compañera, la envidia, no tienen lugar. No existe la pobreza, las rivalidades ni los comportamientos extremos. Las exhibiciones emocionales se reprimen. Cada cual vive según sus inclinaciones y se han eliminado el crimen y los delitos, por lo que ejército y policía son innecesarios. Las escasas diferencias de carácter civil son resueltas por un Consejo de Sabios. Son capaces de comunicarse telepáticamente. Las mujeres son de mayor tamaño que los hombres y controlan todo lo relacionado con el cortejo, la reproducción y la perpetuación de la raza. No sólo eso, las mujeres Vril tienen "un anhelo de triunfar y de aprender muy superior al de los hombres, de manera que ellas son quienes llenan las academias y profesorados y constituyen la porción inteligente de la comunidad".

Los Vril-ya utilizan autómatas para todas las labores domésticas y vuelan con ayuda de alas artificiales. Sin embargo, desde el primer encuentro, el viajero siente miedo y desconfianza hacia aquellos humanoides de rostros impasibles que le contemplan como si fuera un ser inferior, una mascota. Y es que esa oligarquía serena y aparentemente pacífica -como suele suceder en las Utopías- está lejos de ser perfecta o incluso deseable.

Habiendo aspirado y conseguido la supremacía social y cívica, sus sistemas políticos y filosóficos, aunque carentes de conflictos y disputas, han dado lugar a una comunidad estática y aburrida. El vril proporciona todo lo que sus miembros puedan desear, por lo que no existe la búsqueda de la riqueza. Perezosos por naturaleza, los únicos que trabajan son los niños. Consideran la democracia como un sistema de gobierno primitivo propio de bárbaros: "La más poderosa de todas las razas de nuestro mundo, fuera de la égida de los Vril-ya, se estima a sí misma como la mejor gobernada de todas las sociedades políticas y como la que ha alcanzado el máximo de sabiduría política que es posible alcanzar; de manera que creen que las demás naciones deben imitarla. Se rige sobre la más amplia base del [...] gobierno de los ignorantes o el de las mayorías. Funda el supremo bienestar en la emulación de unos con otros en todo, de manera que las malas pasiones nunca descansan; emulación por el poder, por la riqueza, por el predominio en algo, y en esta rivalidad es horrible oír los vituperios, las calumnias y las acusaciones que, aun los mejores y más nobles entre ellos, se lanzan los unos a los otros, sin remordimiento ni pudor".

Su propia forma de organizar la sociedad es una especie de autocracia benevolente; benevolente, claro está, sólo para su propia raza, porque no albergan los mismos sentimientos hacia otros congéneres subterráneos o hacia los humanos de la superficie. De hecho, los Vril-ya son sólo los representantes más avanzados de una raza subterránea mucho más extensa cuyos miembros menos cultivados, considerados bárbaros, son mantenidos a raya en las regiones periféricas.

Y lo que es peor, el viajero descubre una terrible amenaza para los hombres: los Vril-ya creen firmemente en la supervivencia de los más aptos: "una vez que nuestra educación se haya completado, estamos destinados a volver al mundo superior y suplantar a todas las razas inferiores que lo pueblan". La defensa que el narrador realiza de su propia civilización causa bien poco impacto en sus anfitriones, que le responden: "La primera condición para la felicidad humana consiste en la eliminación de la lucha y la competencia entre los individuos, lo cual, cualquiera que sea la forma de gobierno que adopten, tiende a subordinar la mayoría a unos pocos, destruye la verdadera libertad del individuo cualquiera que sea la libertad nominal del Estado, e impide la tranquilidad de la existencia". El viajero no tiene dudas de la superioridad tecnológica y física de los Vril-ya. Cuando se encuentren con la raza humana, sólo una de ellas logrará sobrevivir y el resultado de la confrontación está claro incluso antes de comenzar.

El protagonista se encuentra de repente convertido en el centro de atenciones sentimentales de dos muchachas Vril. La imposibilidad de contraer matrimonio con ellas o siquiera mantener una relación amorosa "normal" sin ser destruido por los otros miembros de la comunidad -que le consideran un ser inferior por muy cortésmente que lo traten-, le llevarán finalmente a escapar de las profundas cavernas para avisar a los ignorantes hombres de que sus vecinos de abajo tienen la intención de acabar con ellos.

El libro fue un gran éxito en su día y ejerció una considerable influencia no sólo en el ámbito literario. "Vril” se convirtió en palabra de uso común: los fabricantes de un concentrado de carne llamaron a su producto “bovine vril” o “bovril” apuntándose a la moda y logrando unas ventas fenomenales.


Hay una derivación no mercantil y bastante más curiosa. Años después de aparecer la obra un grupo de iluminados obsesionados por el libro fundó en Alemania la Sociedad Vril. Creían que "La raza venidera" tenía un mensaje oculto de relevancia universal y que la raza Vril-ya exístía realmente. Pensaban que el "vril" era una especie de energía espiritual muy poderosa y que los habitantes de las profundidades (descendientes de los arios primigenios, según la novela) acabarían dominando la Tierra si no nos aliábamos con ellos. Esa sociedad ocultista, entusiasta del darwinismo social y cuyo símbolo era una esvástica, se dice que tuvo cierta ascendencia sobre los primeros nazis, quienes tenían a la obra de Bulwer-Lytton como libro de referencia.

Tratándose de una obra fundamental dentro de la CF del siglo XIX, la trama no es más que una excusa para desarrollar un discurso antropológico ficticio, puesto que el protagonista no experimenta ningún cambio tras su experiencia. En su día, cuando no existía la ciencia ficción como género independiente, la novela podía ser considerada como un relato de aventuras. Para el lector moderno su interpretación es más confusa, puesto que aunque hay robots, naves voladoras, poderosas energías... todo ello está muy alejado de cualquier aproximación científica; además, la ausencia de acción o episodios cargados de emoción hacen que resulte difícil pensar en ella como en un relato de aventuras.

Por otra parte, el lector podría pensar -cómo así lo hicieron los miembros de la Sociedad Vril- que Lytton empleó su civilización subterránea para plantear una crítica a las naciones industrializadas, los sistemas democráticos y los roles sexuales tradicionales. Ciertamente, Lytton pone en boca de sus creaciones ácidos comentarios acerca de la sociedad y costumbres humanas. Sin embargo, el narrador nunca llega a estar convencido de la bondad absoluta del sistema bajo el que vive esta raza perfecta, rígida, adormecida socialmente y culturalmente abotargada. La paradoja es que, a pesar de todo, esa raza, perfecta o no, es superior a la nuestra. Parte de lo que la hace "superior" es su falta de escrúpulos cuando se trata de eliminar a seres inferiores (premisa que adoptarían posteriormente los miembros de sectas esotéricas como la mencionada Sociedad Vril, la Sociedad Thule y, después y a partir de ellas, los nazis).

Como obra de ficción, "La raza venidera" está superada por obras posteriores y, de hecho, su éxito de ventas no sobrevivió al autor. Su interés documental proviene de su carácter de discurso de reforma social, su ácida sátira del darwinismo y el utopianismo eugenésico, su influencia en los círculos ocultistas del siglo XIX y, sobre todo, su intención mediadora entre ciencia y misticismo: una sociedad hiperdesarrollada que vive en un entorno de primitiva belleza apenas alterado por la tecnología.

Ediciones Abraxas editó el libro en español por lo que aún puede ser encontrada por Internet a través de Iberlibro.com. En 2004, Ediciones Jaguar la reeditó con su otro título “Vril, el Poder de la Raza Venidera”.
El libro se puede descargar gratuitamente para libro electrónico o bien en formato PDF aquí; Si lo deseas en papel, hay una edición en papel en esta página; Amazon tiene toda una variedad de ediciones en ingles.

sábado, 26 de septiembre de 2009

1871-LA BATALLA DE DORKING: RECUERDOS DE UN VOLUNTARIO – sir George Tomkyns Chesney


En el último tercio del siglo XIX apareció en el árbol de la CF una rama nueva, la de las Guerras Futuras y las fantasías de invasión. Esta tendencia respondía a la transformación que estaba teniendo lugar en el ámbito bélico, transformación que rompía los esquemas asumidos hasta entonces como sólidos por los militares y, por tanto, generadora de un sentimiento de inseguridad e indefensión. Los masivos enfrentamientos de la Guerra de Secesión norteamericana y la carnicería de la guerra franco-prusiana de 1871 habían conmovido tanto a soldados como civiles.

El teniente coronel George Tomkyns Chesney, nombrado caballero en 1890 y ascendido a general en 1892, había servido con los ingenieros militares en Bengala. Ya de vuelta en su hogar inglés, le alarmó la situación del ejército británico e hizo una serie de sugerencias al Ministerio de Defensa relativas a la a su juicio necesaria reorganización militar. Ni las cartas ni los artículos periodísticos tuvieron el impacto deseado, ni en el Gobierno ni en la opinión pública. Así que el veterano militar decidió tomar el camino de la ficción. Y acertó de pleno en la diana.
"The Battle of Dorking: Reminiscences of a Volunteer" fue una historia corta publicada como panfleto en 1871 como parte de su campaña de concienciación y el relato que dio el impulso definitivo a este subgénero. Era una fábula situada en un futuro cercano en la que un ejército alemán valiente, eficaz, armado con blindados y utilizando el telégrafo, invade Gran Bretaña y derrota a las entusiastas pero desorganizadas, mal comunicadas y pobremente armadas fuerzas de reserva de la isla.

Su interés intrínseco es pequeño: hoy no pasa de ser una narración en primera persona bastante endeble impregnada de un militarismo cargante: “un poco de firmeza, sacrificio o valentía política”, se lamenta el narrador, “hubieran conjurado el desastre”, el cual achaca al hecho de que “las clases bajas, ignorantes, sin instrucción en el uso de sus derechos políticos” habían usurpado el poder de “la clase que solía gobernar… y que había conducido a la nación con su honor intacto”. Pero en su momento la obra disfrutó de un tremendo éxito y tocó una fibra sensible de la ansiedad imperial. Los dignos propietarios de la revista Blackwood Magazine, donde la historia se publicó por primera vez, tal vez se sorprendieran por el éxito de La Batalla de Dorking, pero se tragaron sus reparos literarios y lo acabaron reeditando nada menos que seis veces para satisfacer la demanda. Luego, publicado como librito, vendió 110.000 ejemplares en dos meses. Se tradujo a la mayoría de los idiomas europeos y otros autores no tardaron en escribir sus propias obras en la misma línea que Chesney –incluso plagiándolo- o defendiendo la posición contraria.


No era el primer cuento de Guerras Futuras. Podemos señalar obras anteriores como "Eureka: Una profecía del futuro" (1837) de R.F.Williams o "La invasión de Inglaterra" (1870) de Alfred Bate Richards. Pero ninguno de ellos gozó del inmenso éxito de Chesney. Los compositores Frank Green y Carl Bernstein escribieron una canción de music-hall que alcanzó notoriedad, "The Battle of Dorking: A Dream of John Bull´s”, que reescribía la historia a favor de Inglaterra. El debate público sobre la conveniencia y extensión del rearme británico fue abierto con esta novela e incluso el primer ministro Gladstone la atacó en el Parlamento tachándola de alarmista.


Chesney intentó capitalizar su éxito. "The New Ordeal" (1879) imaginaba nuevos desarrollos de armamento que al final harían que la guerra fuera obsoleta, pero fue mucho menos popular. Su novela "The Lesters" (1893) presentaba el tema que volvería a plantear con mayor fortuna Julio Verne en "Los Quinientos Millones de la Begum” (del que hablaremos en una futura entrada), reformulándolo para hacerlo aún más utópico: su protagonista consigue una enorme fortuna que le permite fundar una nueva ciudad ideal que bautiza con su nombre, Lestertia y que encarna todos los clichés conservadores de Chesney.


"La Batalla de Dorking" fue el comienzo de un diluvio de historias de Guerras Futuras que se prolongaría hasta el verano de 1914, momento en el que la realidad se sobrepuso a la ficción e hizo de ésta algo innecesario. Veremos con algo de detalle alguna de ellas en futuras entradas, pero resultaría imposible siquiera glosar todas porque hay más de sesenta. Merece la pena destacar, sin embargo, que en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XIX acostumbraron a aprovecharse del ambiente de miedo y paranoia mientras que a partir de 1890, las historias tenían un tono más triunfalista que ayudó a generar el gran entusiasmo con el que los ingleses llegaron a la guerra con Alemania cuando el conflicto estalló.

Louis Tracy, un conocido periodista, escribió varios libros sobre el tema: "The Final War" (1896) ve a la Inglaterra del futuro enfrentada (con éxito) contra el resto del mundo; en “The Lost Provinces” (1898) un americano lidera la lucha de una Francia amenazada por Alemania. Otros libros tuvieron un impacto incluso mayor, especialmente "The Riddle of the Sands" (1903), escrito por Erskine Childers, en el que la acción comienza con el descubrimiento de los planes secretos de invasión por parte de Alemania. Mencionaré por último "The Great War in England in 1897" (1894) y "The Invasion of 1910: With A Full Account of the Siege of London", ambos por William Le Quex y serializados en el periódico de derechas Daily Mail. Posiblemente, la influencia de este género llegue hasta H.G.Wells y su "La Guerra de los Mundos".

Todas estas novelas catastrofistas se escribieron con una idea en mente muy diferente de la que hoy podríamos pensar. La pesadilla no era el uso de la ciencia y el progreso para impulsar y sostener aniquiladoras guerras, sino su incapacidad para crear un arma mejor que la del enemigo.
El libro se puede encontrar gratuitamente en internet aquí y aquí. En español, el libro ha sido incluido, por primera vez en nuestro idioma, en esta recopilación

viernes, 18 de septiembre de 2009

LUNA DE LADRILLO - Edward Everett Hale


"De la Tierra a la Luna" (1865) había sido el primer libro en plantear el lanzamiento de una nave espacial. Pero esta historia corta, publicada por entregas en el diario The Atlantic Monthly, concibe otra idea novedosa: el satélite artificial.

El relato da cuenta del desarrollo de un proyecto de proporciones planetarias. Hale comienza explicando de forma sencilla cómo cualquier persona podía determinar su latitud midiendo el ángulo de la Estrella Polar sobre el horizonte. En cambio, la fijación de la longitud, no existiendo un cuerpo celeste de referencia, era mucho más compleja. Así que el autor propone la construcción de una luna artificial que orbite sobre la Tierra siguiendo el meridiano de Greenwich y que será de una ayuda inestimable para los navegantes de todos los océanos: bastará con medir el ángulo de la nueva Luna respecto al horizonte para encontrar la longitud. Su lanzamiento se realiza por medio de un volante de inercia, una especie de catapulta que va acumulando tensión gracias a la acción de unos molinos hidráulicos. Lo que comenzó siendo el sueño de un grupo de estudiantes, permaneció latente hasta que se convirtieron en adultos y encontraron su lugar en el mundo. Reunidos de nuevo, comienzan una campaña para convocar apoyos y sacar adelante su idea.

Resulta llamativo que estos primeros autores no llegaran a contemplar que un proyecto tan complejo y costoso habría de ser asumido por un gobierno. Hoy nos puede resultar chocante, pero en el siglo XIX los Estados no tenían ni mucho menos el poder ni el dinero como para emprender un proyecto de estas características. El sistema impositivo era mínimo y la labor investigadora no era algo asumido por laboratorios oficiales o universidades, sino por individuos particulares que trabajaban de forma independiente. Es por ello que tanto el cohete de Verne como el satélite de Hale son ideados y construidos por iniciativa privada y financiados mediante subscripciones públicas.



La construcción del satélite comienza secretamente en un apartado bosque de los montes Apalaches, llevando sus impulsores una vida idílica en plena naturaleza. La tarea queda interrumpida por el estallido de la Guerra de Secesión, cuando todos son mobilizados de una manera u otra y los trabajadores han de unirse al ejército. Durante el conflicto, sin embargo, y gracias a la especulación con acciones del ferrocarril, consiguen reunir el dinero que faltaba para completar la financiación necesaria y terminar la gran esfera de placas de cerámica (que en el libro denominan "bricks", ladrillos), único material que resistirá la fricción del aire resultante de la elevada velocidad de escape.

La esfera, que tiene 61 metros de diámetro, está diseñada interiormente en forma de celdas abovedadas, lo que la hace casi hueca y, por lo tanto, ligera. Durante la construcción, los promotores del proyecto y sus familias habían habilitado esas celdas como residencias temporales por ser más cómodas que las cabañas del bosque. Un error provoca el lanzamiento prematuro con ellos dentro, convirtiéndose así en la primera estación espacial descrita en el género de la CF.

Dos años después, el narrador del relato -que había participado en el proyecto- lee cómo algunos astrónomos han detectado un nuevo cuerpo orbitando alrededor de la Tierra; él mismo, utilizando un telescopio, descubre la "luna de ladrillo" y a sus amigos en ella, sanos y salvos. La luna artificial ha conservado una atmósfera y gravedad propias y a bordo sus pasajeros llevaban abundantes provisiones. Desarrollan un curioso sistema de comunicación: los habitantes de la nueva luna dan saltos cortos o largos para elaborar mensajes en código morse que son observados y "leídos" por su compañero en tierra gracias al telescopio. Por su parte, desde la Tierra, sobre una colina nevada, se disponen grandes letras con tela negra para que puedan ser leídas desde el nuevo satélite. Los involuntarios astronautas no sólo han sobrevivido, sino que han medrado: algunas mujeres han dado a luz e incluso cultivan alimentos.

Debido a que el peso de humanos y provisiones no estaba contemplado en los cálculos, la luna no alcanza la órbita deseada por lo que su propósito original pierde sentido. Pero gracias a la posibilidad de comunicarse con la Tierra, cumplen una nueva y valiosa misión: observar nuestro planeta desde el espacio, desvelando algunas incógnitas geográficas de la época y comprobando la evolución del clima.

Edward Hale era un graduado de Harvard y pastor protestante que desarrolló a lo largo de su vida una actividad incesante -y no sólo porque engendrara nueve hijos-. Hombre de fuerte personalidad e ideas teológicas liberales, se involucró en la vida social norteamericana a través de su participación en los movimientos antiesclavistas y la educación popular. Escribió o editó más de sesenta libros de todo tipo y colaboró regularmente con diferentes periódicos. Su único relato de ciencia ficción, sin embargo, fue este. Por lo dicho, queda claro que tenía más imaginación que conocimientos de física, astronomía o biología. Sus ideas van de lo improbable a lo fantástico pasando por lo disparatado (su idea de lanzar una esfera mediante catapultas era tan improbable como el cañón de Verne).

Sin embargo, dio con no pocos elementos que hoy día son fundamentales para la investigación espacial: la puesta en órbita de un objeto artificial que cumpliera una función determinada -en el caso del libro, algo muy similar al moderno Sistema de Posicionamiento Global-; la observación de la geografía y el clima desde el espacio; la posibilidad de que el hombre pueda vivir en el interior de -aunque Hale no lo llama así- una estación espacial; y el uso de materiales cerámicos para la construcción de ingenios aeroespaciales. No está nada mal para un clérigo del siglo XIX.

No he encontrado edición en español, pero se puede descargar el libro gratuitamente en inglés en esta dirección; o bien leerlo on line aquí.










domingo, 13 de septiembre de 2009

1869-VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO- Julio Verne


Tras su epopeya lunar, Verne continúa ampliando sus Viajes Asombrosos. El primero de ellos, "Cinco Semanas en Globo" había sido un viaje por aire a través de África oriental; el siguiente, "Viajes y Aventuras del Capitán Hatteras", una dramática aventura en tierras polares bajo condiciones extremas; "Viaje al Centro de la Tierra" nos arrastraba a las profundidades del planeta, mientras que "De la Tierra a la Luna" y "Alrededor de la Luna" nos expulsaban de él; "Los Hijos del Capitán Grant" era una misión de rescate que recorre todo el hemisferio sur por mar y tierra, enfrentándose a todo tipo de peligros. Parecía lógico que la siguiente aventura nos trasladara a los abismos oceánicos.

La idea original del libro provino de la escritora George Sand, quien había disfrutado mucho con "Viaje al Centro de la Tierra" y "De la Tierra a la Luna". Escribió una carta a Verne sugiriéndole que su siguiente novela se desarrollara en las profundidades marinas. "Veinte mil leguas de viaje submarino" comenzó a serializarse el 20 de marzo de 1869 en el "Magasin illustré d´éducation et de recreation", finalizando su publicación en 1870.

Comienza, como es típico en Verne, con un misterio: la desaparición de una serie de barcos, de la que se culpa a un monstruo marino. El oceanógrafo Pierre Aronnax, su criado Conseil, y el arponero canadiense Ned Land son contratados por el gobierno norteamericano para unirse a una expedición a bordo del Abraham Lincoln, cuya misión es resolver el misterio. Tras meses de búsqueda infructuosa, el navío encuentra al "monstruo", que resulta ser un enorme submarino impulsado por energía eléctrica. Aronnax, Conseil y Land son llevados a su interior y hechos prisioneros por el excéntrico Capitán Nemo. Éste les permite vivir a bordo y moverse a placer como invitados, pero les advierte de que, para preservar su secreto, nunca los liberará. Desde ese momento y a lo largo de los tres libros en los que se divide la novela, el Nautilus recorre 80.000 km (una legua francesa equivalía a 4 km) por todo el globo dando la oportunidad a los tres invitados/prisioneros de presenciar una larga lista de maravillas submarinas, desde animales fantásticos hasta paisajes extraordinarios, como las ruinas de la perdida Atlantis. Al final, los tres cautivos consiguen escapar y el Nautilus es atrapado por un terrible remolino en las costas de Noruega. El libro finaliza de manera un tanto ambigua: “Pero, ¿qué le sucedió al Nautilus? ¿Sobrevivió a las garras del maelstrom? ¿Está Nemo aún vivo?”.

La estructura de casi todas las novelas de Verne sigue un patrón muy similar: un hombre de pensamiento racional (a menudo científico) viaja a algún lugar exótico (normalmente en la Tierra) y experimenta una serie de aventuras más o menos inconexas relacionadas con la búsqueda de algo o alguien, una persona, una misión, un objeto... El viaje, tanto literal como metafóricamente, es el núcleo de los trabajos vernianos. No es una coincidencia que la gran Edad de la Exploración estuviera, de hecho, llegando a su final en los últimos años del siglo XIX. El mundo había sido explorado casi en su totalidad y así, la ficción de Verne conectaba con el íntimo y muy humano deseo de que aún existieran lugares secretos y misteriosos esperando a ser descubiertos. Uno de ellos eran las profundidades marinas.

Se habían escrito aventuras submarinas antes de la de Verne. De hecho, el género puede rastrearse muy atrás en el tiempo. John Wilkins, obispo de Chester, había escrito la obra “Magia Matemática” en 1638 y uno de sus capítulos se titula “De la posibilidad de construir un arca para navegaciones submarinas”. Verne bautizó a su submarino con el nombre de una nave anterior, el Nautilus que el inglés Robert Fulton construyó para Napoleón I en 1800 y solo en Francia existen al menos tres libros de fantasías submarinas publicadas entre 1867 y 1889 (“Las Profundidades del Mar”, “Aventuras Submarinas” y “El Mundo Submarino”). Pero la historia de Verne atrapó la imaginación del público de una manera que no habían conseguido ninguno de sus predecesores. Nemo puede viajar a donde le plazca sin dejar su hogar que, por otra parte, cuenta con todo tipo de comodidades. Todo lo que necesita lo extrae del mar, ya sea alimento o materias primas con las que manufacturar diversos objetos. Está en un movimiento continuo y, sin embargo, de alguna manera no se mueve. Es el sueño de un burgués, de un príncipe rico y acomodado.

Los protagonistas de la novela son, una vez más, arquetipos muy queridos por Verne. Aronnax es el sabio curioso y moderado, cuyo corazón se encuentra allá donde pueda descubrir nuevas maravillas para la ciencia. Encarna el elemento intelectual, el personaje que con sus observaciones y comentarios aporta peso científico a la obra. Acompañándole y resolviendo todas aquellas cuestiones de índole practica de las que el científico no se preocupa, está Conseil, el fiel sirviente, bueno para todo, tan simple y austero en sus necesidades personales como honrado y leal. Y, por último, el hombre de acción, Ned Land, valiente e impulsivo, quien compensa su falta de templanza con habilidad y fortaleza física. En resumen, un reparto casi idéntico al que ya había utilizado Verne en su primera novela, "Cinco Semanas en Globo".



Aronnax, Conseil y Land han quedado superados por el tiempo. Los héroes de las novelas actuales son más humanos, se ajustan menos a un modelo ideal y el lector encuentra más sencilla la identificación con los mismos. Por eso, el protagonista oficioso de "Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino" y el que ha logrado la inmortalidad ha sido el carismático Capitán Nemo. Su nombre es una alusión a un episodio de la "Odisea" de Homero, aquél en el que el cíclope Polifemo pregunta a Ulises su nombre. Éste le responde que es "ουtις," que significa algo así como "No hombre" o "Nadie", en latín "Nemo". Igual que Ulises, el capitán Nemo se ve obligado a vagar por los mares, exiliado y atormentado por las muertes que pesan en su alma. Angustiado por un trágico pasado que Verne sólo nos deja entrever, oscila entre el idealismo y la personalidad tiránica e intolerante.

Sin embargo, el oscuro y misterioso comandante del Nautilus no puede ser calificado claramente como villano -tal y como aparece retratado en algunas adaptaciones cinematográficas-. Su profundo resentimiento contra el mundo y los actos que lleva a cabo son comprensibles en el marco de su sentido del honor y estricta lealtad a los principios que rigen su vida. O eso es lo que parece, porque cuando Nemo hunde sin compasión un navío de guerra de una potencia imperial -que no llega a especificarse- el lector se pregunta si su idealismo no es sino un deseo de venganza por la muerte de su mujer e hijo, ante cuyas fotos se postra. Es esa complejidad la que lo ha convertido en su creación más famosa y sobre la que volvería en más ocasiones... aunque no exactamente.

Y es que, como ocurrió con “De la Tierra a la Luna” y “Alrededor de la Luna”, la concepción que Verne tenía de la historia cambió desde el momento de publicación de la primera a la segunda parte. En "Veinte mil leguas de viaje submarino" el misterioso comandante del Nautilus era un aristócrata polaco revolucionario cuya familia había sido asesinada por los rusos al participar en el alzamiento de enero de 1863. El editor de Verne, Hetzel insistió en que se retirara la mayor parte de las alusiones directas a su identidad por considerarlo demasiado ofensivo para la Rusia zarista, entonces aliada de los franceses. En la secuela del libro, “La Isla Misteriosa” (1874), se revela que Nemo es un noble indio, el príncipe Dakkar, cuya animosidad es contra los imperialistas británicos (enemigos tradicionales de Francia) por matar a su familia durante el Motín de 1857. Tal cambio, sin embargo, haría que muchos detalles referentes a su edad y biografía no concordasen con el primer libro. En otra novela posterior, “Viaje a través de lo Imposible” (1882) coescrita con Adolphe d´Ennery, Nemo, el idealista radical y amigo de los oprimidos, se ha convertido en un reaccionario intolerante. En resumen, Nemo, como muchos personajes de ficción, es una especie de concepto en movimiento continuo, modelado por las exigencias particulares de cada historia.

En cuanto a los elementos de ciencia ficción (que hoy ya han dejado de serlo puesto que se han transformado en una realidad que a nadie sorprende), destaca ciertamente el maravilloso Nautilus. El desarrollo de submarinos era un campo en el que ya existían considerables avances y en el que se venía trabajando desde el siglo XVII. En 1859, Narcís Monturiol había botado su primer submarino, el Ictineo I; Cosme García probó el suyo en 1860; los norteamericanos usaron un submarino, el Alligator, en la Guerra de Secesión y los franceses inventaron el primero no impulsado por fuerza humana, el Plongeur, en 1863.

Así, la creencia popular de que Verne "inventó" o "profetizó" el submarino no puede estar más alejada de la realidad. Sin embargo, sí se le pueden atribuir otros méritos, como el uso de la electricidad como fuerza motriz e incluso medio de defensa (electrificando el casco e impidiendo que nada ni nadie se acercara) y la generación de esa electricidad a partir de una misteriosa fuente de energía que Nemo muestra a Aronnax -aunque no se lo explica- y que bien podría ser algo parecido a la energía nuclear. La necesidad de emerger periódicamente para renovar el aire, la velocidad desarrollada y el aire furtivo de sus movimientos son destellos proféticos de Verne. El submarino cuenta además con laboratorios de procesamiento, biblioteca y todo lo necesario para vivir durante meses de forma autónoma, como un gran submarino nuclear moderno. Otras características del Nautilus, sin embargo, revelan que Verne desconocía los efectos que sobre el casco de un submarino podía tener la presión. De hecho, los personajes salen de la nave a pasear por el lecho marino sin más protección que un traje de buzo y un aparato respirador, cuando en realidad hubieran resultado aplastados por la diferencia de presión.

Acabamos de mencionar el aparato respirador. Los equipos autónomos de buceo moderno serían inventados por Jacques Cousteau tras la Segunda Guerra Mundial pero ya en 1865, los también franceses Benoit Rouquayrol y Auguste Denayrouze habían desarrollado un primitivo aparato con tanques de aire y que se llevaba a la espalda mientras el buzo caminaba -no nadaba- por el lecho marino. Como hizo con el submarino, Verne cogió la idea de un invento preexistente y la perfeccionó.

De nuevo nos encontramos aquí con la aproximación ambivalente de Verne a la ciencia, la tecnología y los nuevos descubrimientos: el triunfo de la máquina alberga un lado oscuro. El Nautilus, un estimulante prodigio de la ingeniería que permite acceder a los misterios de la ciencia oceanográfica y domar el desconocido mundo submarino es, al mismo tiempo, un arma en manos de alguien que pretenda, bien buscar el lucro personal bien atacar a aquellos que no comulguen con la propia ideología. En tiempos de Verne, la invención de la navegación a vapor, más segura y rápida que los navíos a vela, había convertido a ese medio de transporte en un pilar fundamental del comercio, la economía y el entramado colonial de los países. Al comienzo del libro, la gran preocupación es el efecto que ese "monstruo" está teniendo en el comercio y la economía.

Por tanto, el planteamiento del submarino como arma fue algo más novedoso que el diseño del mismo. Al fin y al cabo, veinte años después de la publicación de la novela de Verne, en 1888, Isaac Peral puso en marcha su submarino, el primero verdaderamente moderno y cuyo diseño aún se mantiene vigente. En cambio, el escenario político/económico imaginado por Verne, el hundimiento por submarinos de navíos de carga y transatlánticos, no haría su aparición hasta la Primera Guerra Mundial.

Ciertamente, Verne no escapa aquí a sus defectos, el más molesto de los cuales quizá sean las largas listas de criaturas marinas y detalladas indicaciones sobre las localizaciones geográficas que va glosando a medida que el Nautilus pasa de un océano a otro. “Educación” y “Diversión” conforman el espíritu de la obra de Verne: emocionantes aventuras entremezcladas con extensos fragmentos de hechos científicos o geográficos, a menudo copiados literalmente de libros especializados. Así, los textos combinan el didactismo enciclopédico con aventuras de altos vuelos para formar narraciones poderosas, a menudo estructuradas alrededor de un viaje iniciado e impulsado por fuerzas externas (escapar de alguien, la búsqueda de una respuesta a un misterio o alguna otra misión específica. Muy raramente el motivo es la exploración pura y dura). Verne pasó miles de horas en las bibliotecas, empapándose de datos, con los que elaboró un amplio archivo. Su didactismo, no obstante, resulta hoy cargante e innecesario aunque también es verdad que el lector puede saltarse esos aburridos párrafos y continuar leyendo la aventura sin que la narración se resienta en absoluto (las innumerables adaptaciones y versiones mutiladas de la obra cortaban inmediatamente esos pasajes).

Carente de un argumento estructurado, la novela no es más que un largo diario de viaje a bordo, hilando una tras otra aventuras bajo las cuales no discurre ningún desarrollo temático. Desde el punto de vista estilístico, su tiempo ya pasó y aunque la prosa no es particularmente brillante y su estilo pueda resultar indigesto para un adolescente acostumbrado a Harry Potter y los videojuegos, la fuerza de las imágenes que describe no han sufrido el desgaste del tiempo: el ataque del gigantesco Kraken, el funeral submarino, la visita a las ruinas sumergidas de Atlantis, el bloqueo del submarino en los hielos antárticos mientras las reservas de oxígeno se van consumiendo, la huída de los caníbales, el ataque del Nautilus a la fragata Abraham Lincoln, la masacre de cachalotes, los pecios hundidos en la bahía de Vigo o el final del sumergible tragado por el maelstrom.

A mediados de la década de los setenta del siglo XIX, el éxito de Verne aún tenía mucho que ver con “Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino”. La secuela de esa novela, que ya hemos mencionado, “La Isla Misteriosa” sólo revela su condición de segunda parte hacia el final de la historia. Es, de hecho, una doble secuela, puesto que también continúa con una línea argumental planteada en “Los Hijos del Capitán Grant” (1868). El libro comienza con la huída de Richmond, en plena guerra civil norteamericana, de cinco hombres usando un globo. Los vientos los empujan fuera del rumbo pretendido y acaban cayendo en la isla del título. La mayor parte del relato se centra en los esfuerzos y éxitos de los náufragos a la hora de sobrevivir en la isla. El que no mueran a pesar de las hostiles condiciones ambientales y el ataque de unos piratas, es debido a la misteriosa ayuda que les llega en los momentos cruciales de un desconocido que permanece oculto. Al final se nos descubre que este benefactor no es otro que el capitán Nemo, que ha atracado su submarino en un escondido rincón de la isla.

Verne retomaría la figura del capitán de submarino, esta vez ya un villano sin escrúpulos, en "Ante la Bandera" (1897): Ker Karraje es un pirata que sólo busca su propio beneficio y que carece de la sabiduría y el código moral de Nemo. Como Nemo, Karraje captura a unos franceses pero sus fechorías terminan cuando éstos se rebelan y, además, ha de enfrentarse a una fuerza internacional.

Otro personaje similar a Nemo, si bien menos atractivo, sería el científico rebelde Robur, sólo que en esta ocasión en vez de un submarino comanda una aeronave. Sobre él y las dos novelas que protagoniza, "Robur el Conquistador" (1896) y "El Amo del Mundo" (1904), hablaremos en una entrada posterior.

"Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino" ha recibido innumerables ediciones en todos los idiomas y diversas adaptaciones cinematográficas desde los primeros pasos de ese arte. Incluso la marina norteamericana dio el nombre de Nautilus a su primer submarino nuclear, que realizó la primera travesía bajo los hielos árticos. Conviene señalar, sin embargo, que a menudo lo que se puede ver en las librerías y bibliotecas son adaptaciones, no traducciones íntegras del manuscrito original. Se han eliminado pasajes, infantilizado el estilo, acortado la narración, aligerado el vocabulario... Conviene intentar hacerse con una edición decente para poder entender por qué esta novela no sólo es uno de los títulos más famosos –si no el que más- del escritor galo, sino un clásico de la literatura universal que ha conseguido mantener su popularidad durante los 144 años que han transcurrido desde que el primer lector pudo conocer a Nemo y su Nautilus. Hoy, hayan leído o no el libro, todo el mundo conoce al capitán Nemo tal es su grado de integración en la cultura popular. Y eso es el mejor elogio que Verne puede recibir.

sábado, 5 de septiembre de 2009

1865- VIAJE A VENUS - Achille Eyraud


Fue durante la séptima década del siglo XIX que Julio Verne comenzó a publicar sus Viajes Extraordinarios (el primero de los cuales, ya lo comentamos, fue "Cinco Semanas en Globo", en 1863). Verne se comenta más detalladamente en sus respectivas entradas, pero sin extendernos mucho, digamos que la creciente popularidad del “viaje extraordinario” en aquella década y la siguiente tuvo antecedentes bastante anteriores por mucho que el impulso definitivo se lo diera Verne. De hecho, algunos de esos hoy desconocidos pioneros de los viajes fantásticos empequeñecen con su arrolladora imaginación la inventiva del propio Verne.

Uno de esos olvidados fue Achille Eyraud, cuya obra, “Viaje a Venus” es inencontrable a no ser como breve nota en los manuales especializados de CF o de historia de la astronáutica. De acuerdo con las referencias que he conseguido revisar, su relato no es particularmente destacable a no ser por un detalle: fue la primera mención de un sistema de propulsión a reacción (en este caso la proyección de agua) para impulsar la nave. Así, aunque fue mucho menos conocido y leído que “De la Tierra a la Luna” de Julio Verne, publicado el mismo año, su premisa científica era mucho más plausible que la de su compatriota.